miércoles, 12 de noviembre de 2008

Historia de un salón

El salón estaba lleno de gente. El saxo de Tom sonaba como siempre. Nada advertía de que sería un día diferente. Una noche más, había esperado a que la abuela se durmiese para gatear hacia la escalera y observar. Me divertía ver a las chicas jugando con esos hombres tan serios que llegaban. No sé cómo no les daba miedo acercarse a ellos y decirles tantos secretos al oído.
Hacía frío, mucho más que el resto de los días. Las chicas llevaban muy poca ropa. Si la abuela las viese pondría el grito en el cielo. Mientras la imaginaba, entraron en el salón más hombres. Llevaban gabardinas muy largas, el más bajito casi tropieza al intentar subir el escalón. Me llevé las manos a la boca para que no escuchasen mi carcajada.
De pronto, se hizo un silencio muy grande. ¡Podían haberme escuchado! Así que me eché bruscamente para detrás. El silencio continuaba. Entonces, comenzaron los gritos; aunque no alcanzaba a escuchar lo que decían los hombres. Sentí que alguien comenzaba a subir las escaleras y me refugié como pude bajo la mesa del pasillo.
Un sombrero de ala gris apareció por lo alto de la escalera. Luego, un hombre, y mi tío. Lo llevaba a rastras. ¡Tío! Intenté llevarme de nuevo las manos a la boca, pero ya era demasiado tarde. El hombre del sombrero de ala gris me sacó de un tirón de mi escondite y se quedó mirándome. Sus ojos hacían juego con el sombrero.
Miré a mi tío, estaba desfigurado y bajaba la mirada. Murmuraba algo, pero no lograba entenderle. El hombre del sombrero de ala gris me dejó sobre el suelo y me dijo que me fuese. Yo di unos pasos hacia atrás y salí corriendo.
Mi tío grito muy fuerte. Un frío gélido atravesó mi espalda. Algo acababa de estallar en mi tripa. Todos se habían callado de repente. No escuchaba nada. La habitación se hacía más pequeña a medida que se me aflojaban los tobillos. Me costaba respirar. Caí al suelo.

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