sábado, 29 de noviembre de 2008

La dama de la muerte será quien os burle


Inspirado en Don Juan, el burlador de Sevilla de Tirso de Molina, representada desde el 12 al 30 de noviembre en el teatro Bellas Artes de Madrid bajo la dirección de Emilio Hernández.


De dónde venís que salís de entre las aguas empapado y dejáis vuestras huellas sobre la arena seca de esta playa.
Quién sois que al verme me habéis petrificado y no hay ráfaga de aire que separe vuestra mirada de mi silueta.
Cómo osáis acercaros tanto a mí y hablarme con este descaro que ahora tanto me place.
No ceséis en vuestro canto.
Cómo pueden vuestros labios desprender tanto ardor cuando vuestras manos descansan gélidas sobre mi cuerpo.
¿Acaso sois vos un espíritu, tal vez un duende? Que me habéis despojado de mi voluntad con tres palabras y un beso…
¿Qué me hacéis? Que pierdo el tino por vuestros ojos, que me miran firmes y me penetran… ¿Quizás no existís? Y es mi mente la que os ha dibujado entre las olas de esta playa.
Y luego os ha dado vida y os ha arrastrado hasta la orilla para volverme loca. Más loca de lo que estoy…
¡Sí! Estoy loca, ésta que os besa con desenfreno y rasga sus vestidos. Esta es Tisbea loca. Loca de amor. Loca por encarcelaros y reteneros entre mis brazos hasta consumiros.
¿Quién sois? ¿Qué me hacéis?
“Ése que se jacta de burlar a las mujeres”, gritan los grillos, “es don Juan Tenorio”.
Pero yo no escucho, no miro, no hablo, no respiro… sólo siento. Siento las manos de este hombre que me abrazan y me arrullan en la espiral de la pasión y el desenfreno.
¡Sí! Esta noche Tisbea ha descubierto el gozo de los dioses, la fuente de la vida.
¿Y ahora os vais?
Vos, que me habéis dirigido hasta mi lecho con profunda decisión.
Vos, que me habéis encantado con halagos.
Vos, que me habéis jurado la felicidad eterna.
¡Me habéis mentido!
Me habéis matado a sangre fría. Y os habéis divertido en el acto.
¡Me habéis mentido don Juan!
Vos, que creéis llevar la suerte por lanza.
Vos, que creéis osar del beneplácito de los dioses.
Sois un Eneas mediocre.
En este España nuestra no se os ha concedido tal virtud.
Los muertos hablan, los muertos observan.
Mientras dormís, los muertos corren prestos a informar a su reina.
“Ése que se hace llamar el burlador de mujeres os desafía, mi señora”.
Cuentan hábiles en detalles la insolencia de tus mocedades.
Qué arrogante sois don Juan, y qué valiente.
Por tu honra, la muerte.
A solas vos y la muerte. En un convite sobrio, pesado, de ultratumba.
Id y rendid cuentas, “que no hay plazo que no acabe ni deuda que no se pague”.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Soy una perra encerrada


Inspirado en la obra teatral Famélicos de Juan Claudio Burgos, que ha sido representada, bajo la dirección de Paulina Chamorro, en el campus de Getafe de la Universidad Carlos III de Madrid los días 11, 13 y 14 de noviembre.

Me vacío/ Mientras más pasa el tiempo, me vacío/ Voy muriendo poco a poco entre estas cuatro paredes/ La vida pasa ante mí y yo espero/ Quieta y sin moverme/ Quietecita, como él quiere que permanezca/ Quieta y en silencio/ Unas nacen para ser estrellas/ Yo he nacido apagada/ Sin más/ Sin destino/ Sin una puerta abierta por la que escaparme.
Asgo a mi pequeño de la mano, muy fuerte/ Por él es que doy mi vida al mismo diablo/ Por él es que he renunciado a la libertad/ Sí, a mi libertad/ Porque nunca he sido libre/ Siempre he estado postrada a los pies de este hombre/ Un hombre que ha hecho conmigo lo que siempre se le ha antojado.
Mi comportamiento ha sido óptimo, de eso no podrá quejarse/ He cumplido/ He sido una perra/ Una perra sumisa y obediente.
¿Y cuando falte?/ ¿Qué quiere mi amo que yo haga cuando falte?/ Yo le lloraré/ Como él quiere que le llore/ Entregada y diligente/ Mis lágrimas se derramarán a borbotones e inundarán el hueco/ La tierra se humedecerá tanto que las plantas se ahogarán/ Y morirán/ Y no estarán más ahí/ No estarán para darte sombra a media tarde/ Eso no te va a gustar/ Pero yo lloraré/ Porque tengo que llorar/ Porque así me has dicho que lo haga.
Pero será lo último que haga/ Será lo último que me digas que haga/ Cuando tú no estés mis fantasmas se irán/ Y yo seré libre/ Asiré a mi hijo como siempre y me iré/ Volveré a ese lugar del que nunca debí salir/ Con mi madre/ Con mi ángel/ Cuando tú no estés lloraré/ Porque así me has dicho que haga/ Pero después me iré/ No sin antes despedirme/ Te diré adiós/ Adiós MAILOV.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Dulce hogar

Ésta sería la última vez que le encomendasen el mismo trabajillo. Ya había avisado a Marcos de su decisión y no iba a dar marcha atrás. Pronto volverían los tiempos dorados de los que nunca debió haberse escapado. Pero, ahora, al caso. Los cadáveres debían llegar al lugar acordado antes de las tres y ya estaba prevenido del lugar donde estaría colocada la pasma con los controles de rigor. Así que hizo el esfuerzo, una vez más, de cargar los bultos en la camioneta y borrar las evidencias del escenario.
¡Cuántas aventuras había vivido con esta camioneta! El olor a rancio que desprendían sus asientos le provocaba nostalgia. Estaba convencido de que la echaría de menos. Encendió el motor y se giró para dar marcha atrás. ¡Mierda! El parabrisas trasero se había manchado de sangre y llamaría demasiado la atención. Se bajó por tercera vez de su mascota mecánica y abrió la puerta trasera.
Un mechón pelirrojo asomaba entre los plásticos. ¡Qué lástima! La chica era mona, pero se pasó de lista con jueguecitos de detectives… ¡Qué cabrón el Simón! Cómo habrá disfrutado mientras la tenía sujeta por la espalda, cerca de él, indefensa… desprendiendo ese olor a adrenalina que penetra las fosas nasales y te embarga de sopor y deseo. ¡Jaja! Se acordaba, después de la última vez seguía acordándose de esa sensación. Gajes del oficio, será… ¡Joder, otra vez esa nostalgia! Volvió al asiento trasero, encendió el motor, puso la música y enterró el acelerador.
El camino se estaba haciendo demasiado largo, y más estrecho de lo que recordaba. Bajó el sonido de la música. A estas horas, el sonido del agua chocando contra las piedras era una auténtica maravilla. Arte para los sentidos. Había llegado. Sus invitados disfrutarían del lugar más hermoso en el que había estado nunca. Si al final eran afortunados los jodidos. Abrió de nuevo la puerta trasera de la camioneta y, uno a uno, los precipitó al vacío. Es un final dulce, en un dulce lugar, pensó.

Historia de un salón

El salón estaba lleno de gente. El saxo de Tom sonaba como siempre. Nada advertía de que sería un día diferente. Una noche más, había esperado a que la abuela se durmiese para gatear hacia la escalera y observar. Me divertía ver a las chicas jugando con esos hombres tan serios que llegaban. No sé cómo no les daba miedo acercarse a ellos y decirles tantos secretos al oído.
Hacía frío, mucho más que el resto de los días. Las chicas llevaban muy poca ropa. Si la abuela las viese pondría el grito en el cielo. Mientras la imaginaba, entraron en el salón más hombres. Llevaban gabardinas muy largas, el más bajito casi tropieza al intentar subir el escalón. Me llevé las manos a la boca para que no escuchasen mi carcajada.
De pronto, se hizo un silencio muy grande. ¡Podían haberme escuchado! Así que me eché bruscamente para detrás. El silencio continuaba. Entonces, comenzaron los gritos; aunque no alcanzaba a escuchar lo que decían los hombres. Sentí que alguien comenzaba a subir las escaleras y me refugié como pude bajo la mesa del pasillo.
Un sombrero de ala gris apareció por lo alto de la escalera. Luego, un hombre, y mi tío. Lo llevaba a rastras. ¡Tío! Intenté llevarme de nuevo las manos a la boca, pero ya era demasiado tarde. El hombre del sombrero de ala gris me sacó de un tirón de mi escondite y se quedó mirándome. Sus ojos hacían juego con el sombrero.
Miré a mi tío, estaba desfigurado y bajaba la mirada. Murmuraba algo, pero no lograba entenderle. El hombre del sombrero de ala gris me dejó sobre el suelo y me dijo que me fuese. Yo di unos pasos hacia atrás y salí corriendo.
Mi tío grito muy fuerte. Un frío gélido atravesó mi espalda. Algo acababa de estallar en mi tripa. Todos se habían callado de repente. No escuchaba nada. La habitación se hacía más pequeña a medida que se me aflojaban los tobillos. Me costaba respirar. Caí al suelo.